El fueye de Pichuco
Hoy vamos a empezar a hablar de un músico tan, pero tan, grande, que parece que se tratase de varios.
Fue un compositor extraordinario. Por ejemplo, las letras de «Barrio de Tango», «Che bandoneón» y «Sur» son de Homero Manzi, pero la música es de él; así como lo es la de «Garúa» y la de «La última curda».
Fue un gran director. En mi modestísima opinión, es suyo el estándar de cómo debía sonar una orquesta de Tango, en todos y cada uno de los períodos que transitó. Supo evolucionar constantemente, y nunca pasó de moda.
Fue un excelente maestro de los mejores arreglistas: Piazzolla, Garello, Rovira, Galván, Balcarce, …
Supo descubrir, formar y apoyar a cantantes como Goyeneche y Rivero. ¿Qué más se puede pedir?
Junto con el guitarrista Roberto Grela, dio cátedra de cómo tocar «a la parrilla», el equivalente tanguero de la improvisación jazzística.
De todas estas facetas del genial «Pichuco» tendremos que hablar, y de todas ellas tendremos mucho para escuchar. Pero hoy vamos a dedicarnos a su perfil como bandoneonista.
Aníbal Carmelo Troilo es más porteño que el obelisco. Nació en el barrio del Abasto de Buenos Aires en 1914. Recorriendo los salones de baile de Buenos Aires desarrolló su carrera artística. En Buenos Aires falleció en 1975, a los 60 años. Y en Buenos Aires permanece, en el rincón de los artistas del cementerio de La Chacarita.
Tanto entusiasmo mostraba el joven Aníbal que, cuando apenas contaba 10 años, su madre Felisa le compró su primer bandoneón, que seguiría tocando toda su vida. Lo compro en 14 cuotas de 10 pesos. Pero dicen que el vendedor desapareció después de la cuarta cuota y nunca reclamó el resto. Así que a Doña Felisa sólo pago 40 pesos por uno de los bandoneones más famosos de la historia del Tango.
Su formación fue limitada: Unas pocas lecciones con Juan Amendolaro. El resto, lo aprendió tocando. Un año después, realizó su primera actuación en un bar de su barrio.
Como dice Néstor Pinsón,
Fue uno de esos contados artistas que nos hacen preguntar qué misterio, qué magia produjo semejante comunión con el público. Como ejecutante del bandoneón no fue un estilista como Pedro Maffia, ni un virtuoso como Carlos Marcucci, ni un creador múltiple como Pedro Laurenz, ni un fraseador como Ciriaco Ortiz. Pero de todos tuvo algo y fue, fundamentalmente, él mismo, personalidad y sentimiento en la expresión.
Su forma de tocar era una marca registrada. En lugar de hacerlo de parado, como Piazzolla o (a veces) Garello, Troilo lo hacía sentado, un poco inclinado hacia adelante, cambiando de rodilla, y con los ojos cerrados.
Fijate que en este video, cuando ejecuta el «solo» a partir del minuto 1:10, lo hace con una intensidad muy baja, sin imponerse a la orquesta. Además su interpretación es muy delicada. Sin distorsiones. Sin alardes. Deja el floreo para el piano (1:34) y para el «tutti» de bandoneones (1:49). Casi una definición de su personalidad humilde.
Esto también se nota en sus acompañamiento a cantantes. Una interpretación limpia y pausada, aún al ejecutar variaciones. Se puede apreciar en este acompañamiento a Goyeneche
y este otro, a Alberto Marino
A continuación un video bastante notable. El único «solo» de Pichuco que pude encontrar; y en un entorno bastante particular.
Este tango se llama «Mi refugio» y la música es de Juan Carlos Cobián.
Ahora, ¿de dónde viene su apodo? Dicen que su padre tenía un amigo a quien llamaban Pichuco o «picciuso», que significa llorón. Cuando el bebé lloraba, su padre trataba de calmarlo diciéndole: ‘Bueno,.. Pichuco… bueno’. Y cuando se lo ve volverse uno con el fueye, parecería que estuviese a punto de llorar, ¿no?
Ah, otra aclaración: «Fueye» significa bandoneón en Lunfardo.
Si se le pide a cualquier amante del tango que nombre a un bandoneonista, es casi seguro que responderá «Pichuco». Pocas veces se ha dado una asociación tan clara y directa entre un instrumento y su ejecutante. Se lo llamó «El bandoneón mayor de Buenos Aires».
Así que podemos tomar las palabras escritas por Adrián Desiderato en uno de sus «Treinta poemas escritos en invierno» (Lumen, Barcelona, 1979, p. 64) al referirse a la muerte de Aníbal Troilo en 1975,
«Fue un 18 de mayo
ese día
al bandoneón
se le cayó Pichuco de las manos».