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El pibe Carlitos

Charles Romuald Gardès nació en Toulouse, Francia, en 1890, hijo de Marie Berthe Gardes. Escapando a la vergüenza de ser madre soltera, Berthe llegó con su hijo a Argentina en 1893, donde cambiaron sus nombres por Carlos y Berta Gardés. Madre e hijo vivieron en conventillos muy pobres, en la calle Uruguay 162 y luego en Corrientes 1553. Carlos estudió la primaria en el Colegio Salesiano Pio IX de Buenos Aires, donde fue compañero del futuro beato Ceferino Namuncurá.

Sus primeras changas fueron en teatros, especialmente dedicados a la Zarzuela (la música dominante en la Buenos Aires adinerada de aquel tiempo). Gracias a Luigi Gighlione “Patasanta” (apodo que se había ganado literalmente a las patadas, pues tal era el método que empleaba para imponerse entre sus dirigidos), Carlitos entró a trabajar como utilero, tramoyista y extra. Se dice que llegó a tomar sus primeras lecciones informales de canto con el zarzuelista español Sagi Barba.

Emilio Sagi Barba (1876 – 1949) 

Ya de muy joven, Carlos vivió en los márgenes de la legalidad, de lo que dan cuenta varios prontuarios policiales. Uno de sus primeros registros policiales (en la foto) es del 12 de septiembre de 1904 y se refiere a su detención a los 13 años en el prostíbulo “Quilombo del 19” en la localidad bonaerense de Florencio Varela.

Por esa época se integró a la banda de los hermanos Traverso. Con base en el café O’Rondeman del barrio del Abasto, dirigido por el «Gordo» Giggio.

Café O’Rondeman
Gardel (a la derecha) en el entierro de Giggio Traverso

Los Traverso dominaban política y delictivamente el barrio del Abasto, en nombre del conservador Partido Autonomista Nacional.

El joven Gardel comenzó a cantar en los comités conservadores del barrio y de otras zonas. Es así como se relacionó con el famoso matón Ruggierito. Como a Gardel le gustaba apostar, solía concurrir al garito de Ruggiero de la avenida Pavón al 200, en Avellaneda. Terminarían siendo amigos.

Gardel y Ruggierito

En otro informe de antecedentes policiales de 1915 se lo llama “pibe Carlitos”, “estafador por medio del cuento del tío”. El cuento del tío era un engaño bastante usado en la Argentina de principios del siglo XX y consistía en que el timador entrase a un bar de Buenos Aires y le contase a un comensal que había recibido una herencia en una provincia lejana. La víctima de la estafa le prestaba dinero a cambio de una escritura falsa, y nunca más volvía a ver al timador.

Uno de sus cómplices era Andrés Cepeda, quien además de participar de sus estafas, escribiría las letras de algunas de las primeras composiciones cantadas por Gardel. A Cepeda se lo llegó a conocer como “el poeta de la prisión”, porque pasó muchos años preso y terminó muriendo en una pelea.

Andrés Cepeda (1869 – 1910)

En ese mismo año de 1915, Carlos, quien ya había cambiado su apellido por Gardel, mantenía un amorío con Madame Jeanette o La Ritana, dueña de un prostíbulo de la calle Viamonte. Pero La Ritana ya estaba comprometida con Juan Garesio, un miembro del hampa porteña y dueño del cabaret Chantecler, que funcionaba en la calle Paraná 440.

Garesio, al enterarse del romance, ordenó al matón Roberto Guevara asesinar a Gardel. Y así, en la madrugada del sábado 10 de diciembre de 1915, cuando Carlos Gardel estaba con el actor Elías Alippi y otros amigos saliendo del salón danzante Palais de Glace, a donde había ido a festejar su cumpleaños, Guevara se interpuso y le efectuó un disparo a quemarropa en el pecho.

El Palais de Glace​ (actual Palacio Nacional de las Artes)

Inmediatamente, fue trasladado al Hospital Ramos Mejía, donde el doctor Donovan comprobó que el cantante tenía alojada una bala en su pulmón izquierdo. Luego de analizar la herida, el médico determinó que era extremadamente peligroso el intentar extraerla.

Comentario aparte: 20 años después, cuando ocurrió la tragedia de Medellín donde Carlos Gardel perdió la vida, los médicos que le efectuaron la autopsia descubrieron la bala, y entonces comenzó a correr la historia de que había habido un tiroteo dentro del avión.

Volviendo al año 1915, cuando Gardel se recuperó, buscó protección porque temía que Garesio mandase a otro sicario a terminar su labor. Así es que se contactó con su amigo «Ruggierito».

Ruggiero fue al Chantecler a hablar con Garesio.

«Por favor, déjalo tranquilo a Gardel. Lo que pasó fue, y ya no se puede volver atrás. Te lo pido yo».

Y para el que había atentado contra la vida del cantante, Ruggiero fue más terminante:

«Si tocás a Gardel, habrá guerra».

Gardel nunca olvidaría el gesto de Ruggierito.

Garesio cumplió su palabra. Hasta que los ánimos se calmasen, Gardel fue alojado en la estancia de Pedro Etchegaray, en Tacuarembó, Uruguay. Allí, se encontró con Cielito, el hermano menor del caudillo Traverso, que se había escapado de Buenos Aires porque había asesinado a una persona en el cabaret Armenonville.

Se dice que fue Alberto Barceló, “padrino” de Avellaneda y jefe del sicario Ruggierito, el que le consiguió a Gardel un pasaporte falso que lo daban por nacido en Argentina. Hay que aclarar que Gardel, siendo francés de origen, debería haberse presentado para pelear en la primera guerra mundial, y corría peligro de ser detenido por desertor. Aunque lo más probable es que los continuos cambios de identidad de Gardel se debieran a que no podía permitir que se conociera su pasado delictivo, porque arruinaría su recién iniciada carrera artística. Por ejemplo, en 1923 Gardel sacó un pasaporte uruguayo como nacido en Tacuarembó en 1887. Aunque ya en 1922, siendo famoso, logró que el entonces presidente de Argentina, Marcelo de Alvear, ordenara a la Policía que destruyera los documentos sobre los antecedentes penales del cantante.

Pero, como es obvio, algunos expedientes se salvaron de esa orden presidencial y ayudaron a que, a la muerte de Gardel hubiera una sola voz disonante en medio de todos los panegíricos. Fue la de Monseñor Gustavo J. Franceschi (Sección Comentarios de la revista Criterios Nº 382, 27 de junio de 1935), arzobispo de Buenos Aires, quien publicó un largo artículo condenatorio de tanto reconocimiento público, en razón de su vida disipada y azarosa. Por este mismo pasado dudoso, es que se bloqueó una moción para renombrar a una famosa calle en su honor.

De no haber sido así, hoy a la avenida Corrientes la llamaríamos “Avenida Carlos Gardel”.

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