Cátulo Castillo
El Tango es increíble. Primero y principal, es música. Además, es baile. Como decía Discépolo, «es un pensamiento triste que se baila». Borges lo refutaba, diciendo que los pensamientos no se bailan, sino los sentimientos.
Pero, además de música y danza, el Tango también es poesía. Pocas veces se ha dado que los mejores poetas de dos generaciones escribieran sus mejores versos para ser cantados como música popular.
Y, efectivamente, muchas obras de estos autores son excelentes poesías en sí mismas. Tomá alguna de ellas, olvidate de la música, y recitala. Se que es un ejercicio difícil, pero vale la pena. Por ejemplo,
Paredón, tinta roja en el gris del ayer; tu emoción de ladrillo, feliz sobre mi callejón, con un borrón pintó la esquina
Ya hablamos de los Contursi, padre e hijo, de Celedonio Flores, de Homero Manzi, de Discépolo, de Cadícamo, de González Castillo, de Eladia Blázquez, … Hoy hablaremos de
O al menos ese habría sido su nombre si su padre, de quien hablamos la semana pasada, se hubiese salido con la suya. Iba a ser un bizarro homenaje a la reciente imposición del día no laborable. pero el Registro Civil se negó a inscribirlo. Al final, el padre anarquista debió ceder, y lo llamó con los nombres de los grandes poetas latinos, Ovidio (43 a.C. – 17 d.C.) y Cátulo (84 – 54 a.C.).
Ovidio Cátulo no fue anarquista como su padre; fue comunista. Y fue boxeador, campeón argentino de peso pluma, preseleccionado para las Olimpiadas de Ámsterdam de 1924.
Estudió violín con Juan Cianciarulo, y piano en el Conservatorio fundado por Carlos López Buchardo en 1924. Por esa época ganaba algunos pesos tocando el piano acompañando las películas mudas en el cine Nilo.
Como compositor, escribió varios tangos que llevaría versos de su padre, como «Organito de la tarde» y «Silbando».
En 1926 viajó a Europa acompañado por su padre. Y retornó a Europa dos años después, pero esta vez al frente de una orquesta que debutó en el Cabaret Excelsior de Barcelona el 16 de noviembre de 1928. Esa noche, en la audiencia, estaban Cadícamo y Gardel.
De regreso en Buenos Aires, fue profesor del Conservatorio Municipal. También fue periodista. Y siguiendo los pasos de su padre, escribió un sainete «El Patio de la Morocha», con música de Pichuco. Fue presidente de SADAIC… Y fue peronista…
Pero con sus nombres a cuestas, «Ovidio Cátulo» estaba destinado a ser poeta. Y a eso se dedicó de lleno después de la muerte de su padre en 1937.
Repasemos algunos de sus mejores tangos,
Como peronista que era, Cátulo Castillo no la pasó bien después del derrocamiento de Perón. Según recordaría su esposa Armanda Pelufo,
Lo teníamos todo y de pronto, en 1955, nos quedamos sin nada. Cayó Perón, llegó la Libertadora y a Cátulo lo echaron de todas partes. Ya no pudo tener cátedras, ni dirigir SADAIC, ni estar en Cultura. Ni siquiera pudo cobrar sus derechos de autor porque SADAIC, precisamente, fue intervenida. En el peor momento hasta llegaron a prohibir que se pasaran sus temas por radio. No le perdonaron nada. Para empezar que un tanguero estuviera en Cultura. Después que haya sido el primero en llevar el tango al Colón… Vendimos todo y nos recluimos. Cátulo escribía tangos, pintaba al estilo de Quinquela y sobre todo descubrió su amor por los animales. Llegamos a tener 95 perros, 19 gatos y dos corderitos: Juan y Domingo
En 1974 se lo designó «Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
Falleció el 19 de octubre de 1975, a los 69 años, de un ataque cardíaco.