El poeta boxeador
Vamos a hablar de Celedonio Esteban Flores, nacido en Buenos Aires el 3 de agosto de 1896. Comenzaremos con una entrevista realizada por el famoso periodista deportivo Ricardo Lorenzo «Borocotó» en 1938 para el semanario «El Gráfico»
En esa entrevista, Celedonio Flores contaría que
había prometido a mí madre y a la que hoy es mi esposa, que no boxearía más. De escondida me fui a hacer una pelea con el nombre de Kid Cele. Antes de finalizar el primer round acerté un derechazo y el otro cayó. Al llegar al corner le dije a mi director: «Debo tener algo en la mano porque me duele». Sonó la campana y fui de nuevo al centro. Unas fintas…, unas piñas livianas y acerté otro cross de derecha. ¡Qué suerte que lo dejé dormido! Al quitarme el guante tenía un hueso de la mano roto. Y esa noche me fui a hacer el novio con la mano entablillada. Menos mal que gané con esa piña. De lo contrario, hubiera ido a ver mi novia todo entablillado…
El Gráfico (1938)
Esa sería su última pelea. El boxeo era una pasión que lo había acompañado desde chico, cuando en la Plaza Lavalle, a la salida de la escuela «Roca», ensayaba sus primeras fintas con su compañero y amigo Héctor, hijo del ministro Joaquín V. González.
Después se mudó con su familia a Villa Crespo, donde empezó a entrenar en el Club Social América. Allí conoció a Raúl Zampayo de quien se hizo amigo. «Pero unos amigos raros. Nos queríamos fuera del ring. Adentro, nos tirábamos al alma».
Intervino en el Campeonato de Aficionados de 1922 y en otros certámenes, pero sin llegar nunca al título que ansiaba. Mientras tanto, hacía presentaciones con Zampayo en los pueblos cercanos a la Capital. «Entrábamos al cuadrado a fajarnos sin lástima durante diez rounds de dos minutos. Terminaba la cosa y nos repartíamos la plata».
Al dejar el boxeo, continúo como jurado y como profesor. Pero no era lo único que le interesaba. Había otra pasión: la poesía.
Ya desde muy joven, en los momentos libres que le dejaban su trabajo en el Ferrocarril Central Argentino y su afición al boxeo, leía y escribía poesía. Un temprano cuaderno de versos (que nunca se publicó), titulado «Flores y Yuyos», es de 1915.
A esa edad en que se hacen versos, ensayé los míos. Quise escribirlos delicados, sutiles, finos… pero había grandes contras en aquel camino. ¿Cómo te ibas a tirar contra Amado Nervo o Rubén Darío? El naipe no daba pa’ tanto, hermano […]
El Gráfico (1938)
Y, efectivamente, sus poemas se distanciaron completamente de la moda de su época. Consideremos, por ejemplo, los primeros versos del famoso poema «Sonatina», de Rubén Darío:
La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
Celedonio Flores lo va a reescribir de esta manera:
La bacana está triste, ¿qué tendrá la bacana?
Ha perdido la risa su carita de rana
y en sus ojos se nota yo no sé qué penar;
la bacana está sola en su silla sentada,
el fonógrafo calla y la viola colgada
aburrida parece de no verse tocar.
Ah. Un detalle. Al decir «rana» es muy posible que el poeta se esté refiriendo a su significado en Lunfardo, o sea «astuta», «viva»…
Como ves, Agus, la posición de Celedonio Flores en cuanto a la poesía es muy distinta a la de Evaristo Carriego. Si va a escribir poemas, lo hará usando el lenguaje del pueblo, con un toque de lunfardo, y …
rompiendo líneas académicas, tirándome de alma contra lo que han dicho los sres. de las peñas y cenáculos literarios, salgo con este nuevo libro de versos bajo el brazo a darles cara […]. Esto no es para ellos; no es tampoco para los sabios, académicos, los críticos (que no es lo mismo), los snobs, los atildados, los puros […]. Este libro es para los hombres modestos, para los que no saben nada, para los que leen deletreando dificultosamente
C. Flores, Cuando pasa el organito (Buenos Aires, Freeland, 1965).
Celedonio Flores también lo explicaría en verso en su poema «Musa rea», aquí en la voz de Edmundo Rivero,
Y, teniendo apenas 23 años, con estos poemas populares, Celedonio Flores alcanzaría la fama.
En un diario de la tarde salía en ese tiempo una sección en la cual publicaban colaboraciones premiando con cinco pesos la mejor. Y me tiré el lance. Cinco mangos hermano… ¿Te imaginás todo de pan y queso?… Bien: se publicó y salió premiado.
El Gráfico (1938)
Era el año 1919, el diario se llamaba Última hora; y el poema, «Por la pinta», comienza así:
Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada,
Que has nacido en la miseria de un convento de arrabal…
Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
La manera de sentarte, de mirar, de estar parada
O ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.
Ya el primer verso contiene tres palabras del Lunfardo:
- Embrocar: Mirar, fijar la vista.
- Pelandrún/a: Persona pícara y astuta, pero holgazana, que quiere obtener beneficios de manera fácil.
- Abacanado/a: Persona que tiene o aparenta poseer una sólida posición económica.
En aquel momento, todos entendían ese habla. Ahora, se nos hace más difícil, aunque no se le puede negar cierta frescura, ¿no?
Bueno, para continuar la historia, la poesía publicada en Última Hora llamó la atención de Carlos Gardel. Se puso en contacto con Celedonio Flores para pedirle permiso, y, junto con su guitarrista José Ricardo, le puso música. En un comienzo se registró con el nombre de «Pelandruna y refinada»; pero después Gardel decidió cambiarle el nombre, para incorporarlo como el décimo tema de su incipiente repertorio tanguero. Nació así uno de los grandes clásicos: «Margot».
Obviamente, la cantaron Gardel, Goyeneche, Sosa y Rivero,. Pero, para variar, aquí copio las interpretaciones de otros dos grandes cantores sobre los cuales ya hablaremos en otra ocasión. Uno es Alberto Castillo, quien lo cantó en la película «La barra de la esquina» de 1950.
La otra versión (aunque con algunas variaciones respecto de la letra original) se debe a Charlo, interpretándolo con su habitual elegancia en la película «Carnaval de antaño» (1940)
En este poema, el lunfardo está muy bien empleado, sin exageración, y le da al tango un gran colorido e imágenes muy vívidas y precisas. Además, se trata de uno de los primeros tangos con nombre de mujer, a los que seguirán otros de otros autores, «Ivette», «Malena», «Grisel»…
Años más tarde, Celedonio Flores recordaría su primer encuentro con Gardel:
Carlitos me pidió permiso para ponerle música. ¿Comprendés? Me pidió permiso… Y allí soldamos una amistad que subsiste en mí… y también, en él aunque se fue lejos…
El Gráfico (1938)
Dicen que Gardel se sorprendió al encontrarse con un poeta tan joven, y no creyó que esos versos fuesen suyos. Pero Celedonio le mostró el original en un cuaderno, donde Gardel leyó otros poemas que le causaron una gran impresión.
En esa época Celedonio había pasado a trabajar como empleado en la contaduría Colautti. Teniendo más tiempo libre y un buen pasar económico, podía dedicarse con mayor empeño a su vocación de poeta.
Gardel llegó a grabar 21 temas de Celedonio. Durante un tiempo trabajó en exclusividad para la vocalista Rosita Quiroga, quien el 1 de marzo de 1926 le grabó «La musa mistonga», constituyendo la primera vez que se utilizó en Argentina el sistema fonoeléctrico.
Para terminar por hoy, podemos contar que Celedonio se casó con su novia, María Luisa Vinci, con quien se mudó a Claypole, para llevar una vida más tranquila. Pero sus compromisos en el centro lo retenían muchas veces, de manera que volvieron a mudarse a Malabia 2154, en Villa Crespo.
Además de su amplia producción tanguera, con más de cien tangos interpretados por los cantores más famosos de su época, también publicó dos libros de poemas: Chapaleando barro (1929) y Cuando pasa el organito (1935). Esos tangos y estos poemas ubican a Celedonio Flores como uno de los más grandes escritores de poesía lunfarda.
El «Negro Cele», como lo llamaban sus amigos, falleció el lunes 28 de julio de 1947, una semana antes de cumplir 51 años. En su corta vida nos dejó muchos poemas y tangos memorables, pero uno que se destaca por encima de todos: «Mano a mano». Sobre él hablaremos la próxima semana.