Discípulo de Boulanger
La semana pasada habíamos dejado a Piazzolla y Dedé en el Hotel Fiat de París…
Pronto se enteraron de que en 36 rue Ballu (hoy 1 Place Lili Boulanger), muy cerca del Hotel Fiat, vivía Nadia Boulanger, «la pedagoga musical más importante que jamás existió». De hecho, se calcula que tuvo más de 1200 alumnos como, por ejemplo, George Gershwin, Daniel Baemboim, Aaron Copland, Philip Glass o Quincy Jones.
Pero para ser aceptado como alumno Piazzolla le tuvo que mostrar algo de lo que había compuesto. No se sabe si fue Sinfonietta para orquesta de cámara, opus 19 (1953), o los tres movimientos sinfónicos Buenos Aires, opus 15. Boulanger lo aceptó como alumno, indicando la carencia de algo en su música: «sentimiento». Y así comenzaron cuatro meses de tres clases semanales de tres horas cada una, «estudiando mucho, especialmente contrapunto a cuatro partes, cosa que me volvía loco. Creo que alguna vez lloré de la bronca porque era muy difícil», recordaría Piazzolla más tarde.
Un día Boulanger le preguntó sobre qué música se escuchaba en Buenos Aires, y Piazzolla le tocó al piano uno de sus tangos, «Triunfal».
La maestra le tomó las manos diciéndole «No abandone jamás esto. Ésta es su música. Aquí está Piazzolla». Astor recordaría ese momento como una “epifanía”. Según sus palabras, “me ayudó a encontrarme a mí mismo”. En 1987 le preguntaron si sentía que le debía algo a Boulanger, y el respondió “absolutamente todo”.
Astor también descubrió que su tango «Prepárense» (1952) formaba parte del repertorio de las orquestas tangueras de Francia. Los derechos de autor ayudaron a financiar la estadía.
Pero no era suficiente. Así que Astor firmó contratos con las discográficas Barclay, Vogue y Festival, para componer e interpretar tangos. En seis semanas compuso más de quince tangos. Para grabarlos formó una orquesta de cuerdas con músicos de la Ópera de París, y con Lalo Schifrin al piano. Si, el mismo Lalo Schifrin que compuso la música de «Misión Imposible» y que tiene una estrella en el paseo de la fama de Hollywood.
Como tenía que tocar el bandoneón y al mismo tiempo dirigir a la orquesta, Piazzolla tomó el hábito de tocar de parado.
Piazzolla decía que, además de las enseñanzas de Nadia Boulanger, el otro gran momento de su renacimiento musical fue escuchar en concierto al octeto del saxofonista Gerry Mulligan.
Esta historia suena bien, pero posiblemente no sea cierta, ya que ambos no coincidieron en París en esa época y, como advertiría el mismo Piazzolla tiempo después, “nunca creas lo que les digo a los periodistas”. Sin embargo, es seguro que escuchó a Mulligan en discos, ya que esa influencia sería fundamental y evidente en su estilo posterior.
Astor y Dedé embarcaron de regreso a fines de marzo en el carguero SS Yapeyú. Sus amigos los instaban a quedarse, pero ellos extrañaban enormemente a sus hijos. Llegaron a Montevideo una noche de lluvia torrencial. En esa breve escala conocieron a un joven poeta: Horacio Ferrer. Después cruzaron el río de la Plata, y el 17 de abril de 1955 se reencontraron con sus hijos y los noninos. Poco después le escribió a Boulanger: “No puede imaginar lo feliz que estoy de estar con mis hijos”.
El largo aprendizaje que había comenzado en Buenos Aires con Ginastera y terminado con Boulanger en París estaba por dar sus frutos. Piazzolla se sentía como si hubiese regresado “con un cartucho de dinamita en cada mano, listo para provocar un escándalo nacional, para romper con todos los esquemas musicales”, pero tenía que encontrar otros “soldados” que lo siguieran a la batalla. Juntos formarían el “Octeto de Buenos Aires”.